Sí, sí, la Extremadura, visitamos parte de la Extremadura soriana, la parte oriental del Duero, de tantísima importancia histórica en la época del Cid Campeador y sus imprevisibles batallas fronterizas a favor o en contra de los moros.
Aunque
la climatología no nos acompañó, pero reconfortados con el tradicional moscatel
con bizcocho, siguiendo rumbo Sur, tras pasar Piqueras, Soria y hasta más allá
de Berlanga de Duero, llegamos a la anhelada Ermita de San Baudelio. Lástima
que a nuestro dicharachero guía turístico se le olvidara ayudarse de una
eficiente linterna con la que habríamos podido apreciar mejor sus prerrománicas
explicaciones.
En todo caso, en la penumbra, quizá nos resultara menos desgarrador el espectáculo de las pinturas mutiladas, arrancadas y saqueadas ignominiosamente a mayor gloria de los más importantes museos del mundo. Y a mayor vergüenza de nuestra negligente condición humana. Hemos aprendido que ser monumento nacional a veces no significa nada. Si el edificio así maltratado resulta encantador, ¿Qué no habría sido con todas sus paredes y techos revestidos con sus mejores galas?
Tanto ingenio concentrado en tan minúsculos espacios interiores resulta sobrecogedor. Hay que verlo y disfrutar de su diversidad junto con su minúscula grandiosidad, imagen fiel de lo mejor de la modesta escala humana. Incomprensiblemente se nos frustró el programa de tarde en el que estaba prevista la visita al Centro de Interpretación de San Baudelio, al parecer por sugerencia de nuestro inefable guía. No sabemos si de esta visita virtual habríamos salido más deslumbrados que de la visita real. El hecho es que produjo un cambiazo por una desamparada visita a la iglesia parroquial de la aldea de Andaluz, mejor dicho a su desconcertada y desconcertante galería exterior.
Y de propina, una conflictiva parada en Quintana Redonda para repostar mantequilla y garbanzos, a la utilitaria búsqueda del tiempo perdido. Pero eso ya seria de regreso por la tarde y aún quedaba mucha mañana por delante.
En todo caso, en la penumbra, quizá nos resultara menos desgarrador el espectáculo de las pinturas mutiladas, arrancadas y saqueadas ignominiosamente a mayor gloria de los más importantes museos del mundo. Y a mayor vergüenza de nuestra negligente condición humana. Hemos aprendido que ser monumento nacional a veces no significa nada. Si el edificio así maltratado resulta encantador, ¿Qué no habría sido con todas sus paredes y techos revestidos con sus mejores galas?
Tanto ingenio concentrado en tan minúsculos espacios interiores resulta sobrecogedor. Hay que verlo y disfrutar de su diversidad junto con su minúscula grandiosidad, imagen fiel de lo mejor de la modesta escala humana. Incomprensiblemente se nos frustró el programa de tarde en el que estaba prevista la visita al Centro de Interpretación de San Baudelio, al parecer por sugerencia de nuestro inefable guía. No sabemos si de esta visita virtual habríamos salido más deslumbrados que de la visita real. El hecho es que produjo un cambiazo por una desamparada visita a la iglesia parroquial de la aldea de Andaluz, mejor dicho a su desconcertada y desconcertante galería exterior.
Y de propina, una conflictiva parada en Quintana Redonda para repostar mantequilla y garbanzos, a la utilitaria búsqueda del tiempo perdido. Pero eso ya seria de regreso por la tarde y aún quedaba mucha mañana por delante.
Al
regresar a Berlanga desde San Baudelio, tomamos un aperitivo y acto seguido
estaba prevista la visita a la Colegiata y a continuación al Castillo. La
Colegiata es lo contrario de San Baudelio, un mamotreto que en su interior
desmiente la parte de dignidad que se le podría adjudicar desde el exterior. Si
una de las cualidades que se suele atribuir a la arquitectura es una cierta grandiosidad, tanto
esta iglesia como la ermita ponen esta
opinión radicalmente en entredicho.
Ni luz ni espacio, ni espiritualidad ni magnificencia, ni gótico ni renacimiento. Un edificio desabrido cuya percepción se entorpece mediante un coro que estorba cualquier recorrido y que te obliga a elevar la mirada a una techumbre de tres naves iguales conformadas por columnas que en conjunto constituyen la exaltación de la repetición y la monotonía.
Ni luz ni espacio, ni espiritualidad ni magnificencia, ni gótico ni renacimiento. Un edificio desabrido cuya percepción se entorpece mediante un coro que estorba cualquier recorrido y que te obliga a elevar la mirada a una techumbre de tres naves iguales conformadas por columnas que en conjunto constituyen la exaltación de la repetición y la monotonía.
En
algún sitio hemos leído que su factura se asemeja a las lonjas de contratación
levantinas. Su principal mérito parece ser el de haber sido construida en solo
cuatro años. Lástima que para construir semejante monumento nacional tuvieran
que destruir más de media docena de iglesias medievales.
La colegiata se complementa con los consabidos altares de los laterales en los que apenas se salva un pequeño retablo gótico y se remata con el ábside, en el que, rodeada de un retablo tan desproporcionado como fúnebre, se venera la imagen de la patrona que, para mayor escarnio y exaltación del signo de los tiempos, se llama la Virgen del Mercado. Tal para cual.
La colegiata se complementa con los consabidos altares de los laterales en los que apenas se salva un pequeño retablo gótico y se remata con el ábside, en el que, rodeada de un retablo tan desproporcionado como fúnebre, se venera la imagen de la patrona que, para mayor escarnio y exaltación del signo de los tiempos, se llama la Virgen del Mercado. Tal para cual.
Afortunadamente
el castillo y el recinto amurallado que lo circunda son punto y aparte. Además
de su fastuoso emplazamiento paisajístico y de la sensación de fortaleza y
solidez que todavía se desprende de sus baluartes y torreones, uno tiene la
sensación de una edificación eficaz y útil en la salvaguarda y defensa de la
fragilidad humana a lo largo de la historia. Esperemos que nadie cometa el
error de restaurarlo, reconstruirlo o venderlo, es decir traicionarlo. Y que la
suerte haga que se mantenga como está por muchos años.
Afortunadamente
la comida transcurrió muy gratamente. De
regreso en el autobús, ya noche cerrada, las chicas del gallinero nos
amenizaron con las románticas canciones de sus años más dulces. Perfecto remate
para una jornada húmeda y agridulce.
Texto: Félix Vitoria Gómez (módulo III)
Fotografías que acompañan al texto: Blanca Alfaro
Adjunto un enlace especial con fotografías que nos ha enviado: Ángel Collado
Muchas gracias, Ángel y Félix, por vuestra colaboración
Enlace a las fotografías:
https://goo.gl/photos/CHLFprTRg2UcLikY7
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